EL DIA QUE COMPRE MI LIBERTAD
Por Dante Gebel
Durante dos años de mi adolescencia trabajé en la carpintería con mi padre. Cargué tablones, ayudé a fabricar muebles de estilo, aspiré aserrín en cantidad industrial. Durante ese tiempo, le pregunté a mi padre si le gustaba su oficio. �¿Quién trabaja de lo que le gusta?�, me dijo, y agregó: �mi sueño era ser el dueño de una ferretería, pero nunca se dio�. El siempre fue un hombre de pocas palabras, trabajador, de esos que llegan a la fábrica media hora antes de las seis de la mañana y solo paran para un refrigerio.
Al poco tiempo, empecé a enviar mis dibujos a diversas editoriales. Algunas muy amables me contestaban que por el momento era imposible, y otras, me ignoraban por completo. Finalmente, un flamante periódico cristiano que acababa de salir, me concedió una entrevista (�Argentina para Cristo� se llamaba). Presenté mis bocetos y me contrataron por unos ochenta pesos mensuales.
Era el primer sueldo que ganaba como fruto de mi propio talento, y que me gustaba hacer. Ese dinero tenía otro sabor, me lo había ganado en buena ley, dibujando, creando sobre el papel blanco. Era el pago por una tira cómica titulada �El mosquito Mel�.
A partir de allí pasé por varias publicaciones más y de a poco fui aprendiendo el oficio del diseño gráfico y hasta hice mis primeros palotes con algunas notas periodísticas. Me pasé horas en los bosques de Palermo parado con un grabador, en uno de los primeros festivales de Luis Palau en el país, allá por los ochenta. Nervioso, le saqué alguna declaración a un joven Annacondia que amablemente me sonrió y dijo: �Sos muy pibe, te queda una vida por delante, cuídate�.
Por aquel entonces tenía 16 años, y fue cuando por primera vez estuve consciente que quería comprar mi libertad. Cuando me dije que si lograba capitalizar mi talento, ya no tendría que trabajar para otros, o aceptar que alguien decidiera cuánto valía una hora de mi tiempo.
-Algún día voy a comprar mi libertad �me repetía a mi mismo.Yo no quería enterrar mi sueño, como la ferretería de mi papá. Así que, seguí aprendiendo un poco de todo, en silencio. Redacté mis primeras notas, aprendí a hacer copetes, volantas, a titular, a colocar epígrafes. Diseñaba a la vieja usanza (con las galeras de texto que venían desde la imprenta) y me quedaba tiempo para dibujar, que era por lo único que en definitiva, me pagaban.
Con el correr del tiempo, descubrí que si había logrado que me pagaran algo por lo que yo sabía hacer, algún día, quizá podía independizarme y tener más tiempo para servir a Dios, sin presiones económicas o de horarios. En pocos meses, diseñaba casi la mayoría de las publicaciones cristianas y escribía en casi todas, además de seguir dibujando.
Fue cuando publicamos, con mi viejo amigo Pablo Giovanini, un libro de humor gráfico llamado �La Chaveta cristiana� y nos cansamos de vender, literalmente. Agotamos casi quince mil ejemplares en quince días y volvimos a imprimir, una y otra vez, casi perdiendo la cuenta de lo que fue aquel best seller del under, sin ninguna editorial que nos respaldara. Paralelamente a eso, crecía nuestro ministerio con la juventud desde la radio y los primeros estadios, historia ya conocida.
Me costó casi dos décadas comprar mi propia libertad. Tener el tiempo y los recursos para administrarlos en la forma que Dios me dijera. Siempre le digo a los jóvenes que todos pueden hacerlo. Si no es ahora, dentro de un tiempo, pero todos tienen la misma posibilidad.
�El don del hombre le abrirá caminos, y lo sentará delante de los grandes�, dice Proverbios. Se refiere a aquello en lo que vos creés que sos bueno. Aquello que sabés hacer, y puede hacerte comer del fruto de tus propias manos. �El que descubre su don, nunca más vuelve a trabajar� me dijo una vez un amigo de Los Ángeles. Es decir, lo que hagas para ganarte la vida, ya no lo tomás como un trabajo o una carga, sino como un escalón más hacia tu visión, tu destino en la vida.
De hecho, nunca dejé de trabajar, a diario salgo de casa a las ocho de la mañana y me sumo a un tráfico infernal de casi una hora y media para llegar a nuestra productora en la Capital, y quedarme hasta las seis de la tarde. Allí hacemos los programas de televisión, una revista, los libros, la radio, planificamos los espectáculos, y abrimos nuevos proyectos casi semanalmente. Pero soy un hombre libre, en el amplio sentido de la palabra.
Vivo de lo que me gusta hacer, me pagan muy bien por ello, y dispongo de tiempo para invertirlo en el Reino. Y es entonces cuando hago un ejercicio saludable, miro a aquellos que hacen aquello que no los hace felices, mientras sueñan con ser otra cosa. Siempre me pregunto cuántos finalmente lo lograrán y siempre llego a la misma conclusión: los que tienen a Dios juegan con ventaja. Si se atreven, ellos pueden lograr que su propio don los lleve lejos, les abra caminos.
El verdadero juego de la vida es lograr encontrar el propósito del por qué naciste. Luego todo es más fácil, la cotidianeidad no se te hace cuesta arriba, porque ahora ya tenés un norte, un puerto adonde arribar.
Durante muchos años, estuve bajo jefes, de los buenos, y de los otros. Pero como el célebre Tío Tom de Mark Twain, me mantenía el pensar: �Estoy caminando hacia mi libertad, tengo talento, sé que puedo lograrlo, si me esfuerzo y agacho la cabeza por ahora, algún día me pagarán lo que yo quiera valer�. Un norte. Un sitio donde llegar. Una visión. Un sueño de libertad.
Hace veintidós años atrás decidí cambiar mi herencia y ganar la licencia de soñar sin presiones. Fue en ese preciso momento, cuando cambié el aserrín por la libertad.
ENAMORADOS DEL EXITO O DE LAS ALMAS